Los apaches del desorden

Los apaches del desorden



La noche del lunes, la Plaza de la Constitución se convirtió en un territorio sin ley. Las trompetas de guerra no las marcó Banda Cuisillos, fue una multitud desbocada que confundió el festejo con conquista.


Al ritmo de los clarinetes y los trombones, Tlaxcala vivió una escena más digna de un viejo oeste que de una celebración por los 500 años de su fundación, ya que mientras unos se preparaban para corear las canciones, otros libraban su propia batalla contra las vallas, las jardineras y el sentido común.


Esa misma plaza, recién inaugurada tras su remodelación, amaneció con heridas frescas, plantas aplastadas, jardineras convertidas en basureros improvisados y un suelo con botellas.


La postal después del concierto no fue la de una ciudad con historia, era la de un campo después de la invasión, todo terminó siendo una prueba de lo que ocurre cuando el civismo se apaga y la euforia se enciende.


Los videos que circularon en redes sociales son el testimonio del descontrol, personas de todas las edades brincando las vallas de seguridad para colarse al área reservada para autoridades del gobierno, empujones, gritos, basura por doquier, la multitud, convertida en tropa, rompió filas y cruzó límites sin un mínimo de respeto.


La música de Cuisillos, esa banda que porta trajes de apaches como símbolo de fuerza, se volvió irónicamente la banda sonora de un ataque real, solo que los guerreros no llevaban penachos, llevaban cerveza en mano y una alarmante falta de civilidad.


Y pensar que no hace mucho, los tlaxcaltecas se rasgaban las vestiduras por las actividades del gobierno estatal y municipal en espacios históricos, que si estaban dañando el patrimonio, que si el INAH debía intervenir, que si estaban destruyendo los monumentos, las críticas llovieron con rabia.


Pero ahora, ante los destrozos provocados por la propia ciudadanía, ¿dónde están esas voces tan indignadas? ¿o esa vara solo mide cuando conviene?


Porque la verdad, aunque duela, es que a los tlaxcaltecas nos cuesta asumir responsabilidades, nos encanta señalar, exigir, acusar, pero cuando el espejo se voltea, preferimos mirar a otro lado.


Tal vez el verdadero reto de los próximos 500 años no sea celebrar nuestra historia, sino aprender a comportarnos como si mereciéramos tenerla.