Cuando el partido lo es todo (y nada): la sucesión que silenciosamente sacude Tlaxcala
Tlaxcala tiene esa calma engañosa que solo los que viven aquí entienden.
A simple vista, todo parece en orden, pero basta asomarse un poco para notar que algo se mueve y fuerte dentro del tablero político estatal.
Morena, el partido que ha dominado la escena en los últimos años, empieza a mostrar fisuras.
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La renuncia de Jacqueline Meneses Rangel, secretaria de comunicación, no fue un movimiento menor.
Fue la señal de que la sucesión del 2027 ya se está cocinando, y que los grupos internos están midiendo fuerzas.
Lo que se observa es una serie de movimientos que parecen pequeños, pero que en conjunto dibujan el inicio de una disputa por el poder.
Algunos operadores locales ya se reacomodan, mientras otros se mantienen discretos, esperando que las encuestas y los tiempos definan quién será “el bueno”.
Y mientras eso ocurre, los temas que deberían ser prioridad seguridad, empleo, servicios básicos se quedan en pausa.
Los ciudadanos lo perciben: se habla más de posiciones políticas que de soluciones reales.
El PRI, por ejemplo, ha aprovechado la coyuntura para señalar la falta de coordinación del gobierno en temas de seguridad.
Y en el Congreso, los enfrentamientos entre diputadas y diputados suenan más a precampaña que a debate legislativo.
Así funciona la política tlaxcalteca: de bajo perfil, con formas suaves, pero con fondo duro.
Aquí el verdadero poder no siempre lo tiene quien da la rueda de prensa, sino quien controla los tiempos, las alianzas y los silencios.
El riesgo es claro: que el interés por la sucesión eclipse la gestión.
Y eso, en un estado donde los problemas cotidianos son tan concretos como el transporte, el empleo o la seguridad, puede salir caro.
En Tlaxcala, el poder no se grita, se negocia.
Y cuando se siente demasiado silencio en el ambiente, es porque los acuerdos ya se están firmando… en otro lado.
Nancy Blancas
Punto y Aparte
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