Tlaxcala, orgullo del mundo con el Metepantle
Pensar, decir y hacer:
responsabilidad de la 4T
Vicente Morales Pérez
El mundo ha
vuelto la mirada a Tlaxcala. El reconocimiento que la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) otorgó al sistema
agrícola Metepantle como Patrimonio Agrícola Mundial no solo honra a la tierra
tlaxcalteca: honra al pueblo que la trabaja y la protege.
El
Metepantle no es una técnica cualquiera. Es una herencia viva, un sistema
ancestral donde conviven el maguey, el maíz, el frijol y la calabaza. Un modelo
agrícola que captura agua, protege el suelo y alimenta sin destruir. Una
verdadera lección de sostenibilidad milenaria que hoy el mundo reconoce como
ejemplo.
En los surcos del Metepantle late la sabiduría de generaciones que entendieron algo esencial: que la tierra no se posee, se cuida; que no se domina, se comprende.
Y esa sabiduría, nacida en los campos tlaxcaltecas, se convierte hoy en un
símbolo global de esperanza y de equilibrio con la naturaleza.
El
Metepantle es una joya viva de la ingeniería agrícola mesoamericana, nacida de
la sabiduría campesina tlaxcalteca. Su esencia está en las barreras de piedra
construidas con precisión milimétrica, siguiendo las curvas naturales del
terreno, una técnica conocida como curvas a nivel. Estas terrazas detienen la
erosión, conservan la humedad y evitan que la lluvia arrastre los nutrientes. A
ellas se suman zanjas e hileras de maguey, guardianes del suelo y del agua, que
protegen los cultivos del viento y ayudan a mantener la fertilidad.
El sistema
se completa con los cultivos asociados, una lección ancestral de biología
aplicada: las leguminosas —como el frijol, el haba o el ayocote— capturan
nitrógeno del aire y lo fijan en el suelo, mientras las gramíneas, como el
maíz, lo aprovechan para crecer con vigor. Así, sin fertilizantes ni
agroquímicos, el Metepantle logra un equilibrio natural que alimenta y
regenera. Cada piedra colocada, cada semilla sembrada, representa un pacto
silencioso entre el ser humano y la tierra, una ciencia empírica heredada y
perfeccionada a lo largo de generaciones.
En tiempos
donde el cambio climático altera los ciclos naturales, el Metepantle cobra una
vigencia extraordinaria. Los campesinos tlaxcaltecas siguen observando los
signos del cielo, el movimiento de las nubes y los vientos de la canícula, ese
periodo de calor intenso que anuncia escasez de lluvias. También confían en las
cabañuelas, esa lectura sabia de los primeros días del año que permite prever
el comportamiento del clima. Son conocimientos antiguos, pero profundamente
científicos: observación, registro, comparación y experiencia. Así, la
comunidad campesina no solo cultiva la tierra, sino que cultiva el tiempo.
Mientras el
mundo busca soluciones tecnológicas a la crisis ambiental, el Metepantle
demuestra que la respuesta ya existe en la memoria del campo. Su combinación de
ingeniería natural, biodiversidad y observación climática es una guía para
enfrentar la desertificación y la pérdida de suelos fértiles. En sus curvas de
piedra, en sus magueyes erguidos y en la sabiduría del campesino que mira el
cielo antes de sembrar, se encuentra una lección profunda: el equilibrio con la
naturaleza no se impone, se comprende.
Por eso, el
reconocimiento de la FAO al Metepantle como Patrimonio Agrícola Mundial no solo
celebra una técnica, sino una manera de mirar la vida. Es el reconocimiento a
una cosmovisión donde el hombre no domina la tierra, sino que dialoga con ella,
donde la ciencia y la tradición se dan la mano, y donde la agricultura no es
explotación, sino gratitud. Tlaxcala no solo conserva un sistema agrícola:
conserva una filosofía, un modo de entender el mundo que une pasado, presente y
futuro en una misma semilla.
El
reconocimiento al Metepantle llega en un momento histórico. México, bajo el
liderazgo de la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, impulsa un modelo de desarrollo
basado en el humanismo y la justicia social. Su gobierno ha acompañado a las
comunidades rurales con sensibilidad y cercanía, apoyando la preservación de
los saberes campesinos y vinculando las políticas públicas con la sabiduría del
pueblo. Este reconocimiento no se entiende sin esa visión: la de un gobierno
que ve en el campesino no a un beneficiario, sino a un maestro.
El
Metepantle se suma así a las chinampas de Xochimilco y a la milpa maya de
Yucatán como uno de los tres sistemas agrícolas mexicanos declarados Patrimonio
Agrícola Mundial por la FAO. Y Tlaxcala, el estado más pequeño del país,
demuestra una vez más que la grandeza no se mide en territorio, sino en
conciencia y en historia.
El
Metepantle no solo conserva la biodiversidad: preserva la memoria.
Cada maguey sembrado es una lección de resistencia; cada milpa, un acto de fe
en el futuro.
Este reconocimiento internacional es también un llamado a seguir protegiendo lo
que somos: un pueblo que vive de su tierra, pero también para su tierra. En
tiempos donde el mundo busca soluciones frente a la crisis ambiental, Tlaxcala
ofrece una respuesta desde su raíz.
El Metepantle enseña que el futuro se cultiva con respeto y con sabiduría, con manos
campesinas y con corazón de pueblo.
Hoy, el planeta reconoce en Tlaxcala una lección milenaria de equilibrio y esperanza. Y en el eco de ese reconocimiento resuena el mensaje más profundo de la Cuarta Transformación:
Que el desarrollo no significa destruir lo antiguo, sino transformar lo valioso
en un nuevo comienzo.
Vicente
Morales Pérez
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